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31 enero 2007

Su última noche


Su vida había empezado allí donde iba a terminar; entre los cursos de agua que hoy llaman el Navelgas y el arroyo del Yerbo, allí donde el único rey capaz de gobernar era la propia naturaleza, y el paso de Cernnunos aún holla los senderos abiertos por los animales.Padern, que había pasado gran parte de aquella vida buscando oro en las riberas de aquellos ríos, tenía ahora cuarenta y tres años. Más que suficientes para considerarse casi un anciano, sobre todo si la mayoría de ellos se pasaban trabajando. Nunca se había casado, ni había tenido hijos, ni había construido un hogar. Nació allí, viajó en su juventud por todos las territorios hasta el mar, y por las montañas del norte y el oeste, y había vuelto a su tierra para vivir, modestamente, del mineral extraido del río.Era una buena vida, y Padern era feliz con ella.En ocasiones, al menos una noche en cada plenilunio, el buscador montaba a Gael, su caballo zaino, y se acercaba a alguna de las aldeas cercanas para comprar provisiones. Otras veces, como aquella última noche de su vida, caminaba hasta la aldea, se sentaba en la taberna y gastaba una o dos pepitas en invitar a los parroquianos. A cambio, conocía las últimas noticias –quién había muerto, quién había tenido un hijo, quién tenía una vaca nueva o había perdido la cosecha-, ganaba un poco de contacto humano y recordaba que no era un lobo solitario, sino un hombre. Cuando se emborrachaba lo suficiente, que era casi cada vez que iba a la taberna, solía acabar contando historias de fantasmas, junto a los otros mayores del lugar. Mientras los jóvenes pagaban las siguientes rondas, para mantener húmedas las lenguas de los cuentacuentos, ellos desgranaban historias de su juventud, repetidas una y mil veces, en cada ocasión más exageradas y espectaculares. La preferida de Padern era la de la yegua Hoela, Kelpie para algunos y Nighmarë para otros, que transportaba las almas de los difuntos hasta el otro lado del río de la vida, recogiéndoles y manteniéndoles mágicamente pegados a su lomo para que no se extraviasen y se convirtieran en fuegos fatuos; o la de Etain, convertida en mariposa por la celosa Fuanmach, que recuperó su forma humana al caer en la copa de la reina y ser tragada por ésta; la reina quedó encinta y así Etain volvió a nacer como mujer, aún más hermosa que antes.Así transcurría la vida de Padern, tranquila y solitaria, sin más ambición que la de continuar inalterada.El día en que supo que iba a morir, Padern salió de su cabaña a pie, como tantas otras veces, justo después de comer. Se dirigió al pueblo más cercano, apenas un par de horas de camino río arriba, saboreando de antemano el gusto de la bebida, la compañía y las historias junto al fuego.A medio camino, un graznido procedente de las alturas le sacó de sus optimistas pensamientos. Alzó la vista para ver a un cuervo, tan negro que parecía la sombra de una sombra, cerniéndose justo sobre él. Miró hacia abajo, espantado, y se dio cuenta de que no arrojaba sombra alguna. Alzó de nuevo los ojos, mientras el cuervo graznaba otra vez, y echó a correr, espantado, sintiendo que un frío de tumba y granizo recorría su espalda.Sólo se detuvo cuando, perdida la respiración, tropezó con una raíz y cayó de bruces al suelo.“Morrigan, madre de la guerra y la muerte”, rezó en silencio, “no me lleves aún contigo, señora, no me lleves aún”. Sentado en el suelo, buscando con la mirada al cuervo, retrocedió hasta que su espalda chocó con el tronco del árbol. Alzó la vista, distinguiendo las agujas de un pino sobre él, y respiró algo más tranquilo. Había nacido a finales del verano, poco antes del equinoccio, y el pino era su árbol espiritual. Si el cuervo era un mal presagio, haber encontrado el pino debía ser favorable, se dijo.Pasó el resto del día en la taberna, olvidando el susto gracias a la compañía, la bebida y las sonrisas prometedoras de Gwenvred, la tabernera más rolliza y complaciente de toda la región.La luna ya había recorrido la mayor parte de su camino cuando uno de los ancianos, un viejo herrero que había quedado manco por un accidente de su oficio, contó la vieja historia de la princesa Manfada y cómo, por su amor, el vedoreiro Tuba había destruido una ciudad entera con sus hechizos. Aquél cuento de muerte y encantamiento recordó a Padern su encuentro con Morrigan, y le quitó los ánimos necesarios par satisfacer a Gwenvred. Así que, al poco, abandonó la concurrida sala y tomó el camino de su cabaña, sintiéndose incómodo en compañía de otros hombres.Se encaminó al encuentro de la muerte tratando de esquivar los malos presagios, de ignorar las historias sangrientas que esa noche teñían los muros de la taberna. Y, a una hora de su cabaña, la muerte le encontró.Padern llevaba la cabeza gacha, lastrada por el peso de lúgubres pensamientos, y no la alzó hasta que el graznido del cuervo rompió el silenciosos paño de la madrugada. Y al hacerlo, sus ojos se encontraron con los de un hombre, embozado de rostro y vestido con una túnica corta, de paño basto y pobre, con más retales que tienda de gitana, que sujetaba en la mano derecha una espada corta, tan mellada y carente de brillo que más parecía de madera. Cuando el hombre se acercó y apoyó el filo en su cuello, empero, Padern estuvo bastante seguro de que era un arma real y peligrosa.-Llévame a tu cabaña, viejo –ordenó el ladrón con voz ronca- y dame el oro que allí guardas.Padern no era un idiota, pero tampoco era un hombre valiente. Sabía que, de negarse, el hombre le mataría allí mismo y se llevaría su bolsa, o sus calzas si no encontraba otra cosa de valor. Quizá, si le llevaba hasta la cabaña y le entregaba el exiguo tesoro que guardaba allí, el hombre le dejaría vivir. Sólo era una posibilidad, pero era lo único que tenía, así que obedeció sin atreverse ni a hablar y siguió caminando, seguido de cerca por el ladrón.De pronto, recordó algunas de las historias que había oído aquella noche. No las historias de dioses antiguos y héroes del pasado, sino las noticias sobre sus vecinos y conocidos. En las últimas seis semanas, dos cazadores habían desaparecido en los bosques, y también se echaba en falta a otro viejo buscador de oro, un antiguo amigo de Padern a quien no se veía por el pueblo desde hacía, al menos, una luna completa.Padern ató cabos rápidamente. Aquel hombre que le seguía, hierro en mano, aquel ladrón, aquel asesino, robaba y mataba a los hombres solitarios y luego se deshacía de sus cuerpos, tal vez arrojándolos al río o tal vez ocultándolos en el bosque, en los dominios del eterno Cernnunos.Y eso haría con él. Eso haría con él, hiciese lo que hiciese. Ya se veía su cabaña a lo lejos, y Padern no sabía qué hacer para escapar de aquella muerte cierta. Como confirmando sus negros pensamientos, el cuervo graznó de nuevo, llamando a la muerte.Sin saber qué hacer para librarse del camino fijado por el destino, Padern siguió avanzando, mientras su silencioso acompañante le conducía, mediante suaves pinchazos con la espada en los riñones, hacia la cabaña. Aspirando el aire de la noche con fuerza, Padern tomó una decisión. No entregaría toda su fortuna a un asesino para que luego le matase. No señor.Padern se detuvo a pocos metros, junto a la cerca que rodeaba su casa.-¿Qué haces, viejo? –gruñó el hombre.-El oro –murmuró Padern con un hilo de voz- está aquí.Señaló uno de los troncos que formaban la cerca. Agachándose con lentitud, para no provocar una reacción brusca –y sin duda mortal para él- de su aprehensor, Padern desencajó el tronco. En su hueco interior, perfectamente camuflada, había una pequeña bolsa de tela, del tamaño de un puño, que contenía algunas pepitas y unas cuantas perlas de mala calidad, obtenidas en trueques anteriores. Las pepitas eran de baja calidad, aunque el bulto parecía mayor gracias a la pirita que un ojo inexperto confundiría con el oro.-Bien, viejo –dijo el ladrón, arrebatándole el bulto mientras el cuervo graznaba por tercera vez-. Muy bien.Se miraron a los ojos durante unos segundos. Padern vio la ineludible sentencia que ya el ladrón había dictado, y apartó la mirada de él. Sabía que ese gesto podría precipitar el ataque, pero no le importaba. No quería llevarse al otro lado la imagen de aquellos ojos vacuos y legañosos, del odio irracional que destilaban. Clavó su mirada en el río, sumergiéndose mentalmente en su murmullo, y esperó.El relincho rompió el hechizo de muerte. El ladrón apartó sus ojos de Padern y miró al otro lado de la cerca, en el prado que rodeaba la casa.-Es el caballo más hermoso que he visto nunca –murmuró con admiración.Padern, que apenas podía creerse que seguía vivo, giró la cabeza. En el pequeño prado, una hermosa yegua de gran alzada y pelaje tan blanco que sonrojaría a la luna corcoveaba, lozana y ajena a los hombres, y paseaba su belleza, exhibiéndola ante el envidioso astro de la noche como si le desafiase a superarlo.-Me lo llevaré también –dijo el ladrón -. Un viejo como tú no merece un animal como este.Padern apenas pudo asentir con la cabeza, como si su opinión importase. Con un ágil movimiento, el ladrón saltó el cercado. Avanzó hacia la yegua mientras guardaba la espada en una tosca vaina que llevaba a la espalda, y la bolsa de Padern en su faltriquera. Se acercó al animal muy despacio, sin que ella mostrase recelo alguno, y acarició su cuello. La yegua piafó y resopló, pero se dejó acariciar.Padern, mientras tanto, no salía de su asombro. El ladrón montó a pelo, dejando escapar una risa ante el puro placer de cabalgar tan magnífico animal. Acarició el cuello de la yegua, conduciéndola con las rodillas en un suave trote, a un lado y a otro, a un lado y a otro, durante tanto tiempo que Padern llegó a convencerse de que se había olvidado de él. Decidió que era el momento de intentar huir, y se alejó despacio de la cerca. Había recorrido unos veinte metros cuando por fin se atrevió a echar a correr, esperando que el ladrón, demasiado ocupado con el caballo, no se percatase durante el tiempo que necesitaba para ganar la linde del bosque.Y entonces, el cuervo graznó de nuevo.-¡Vuelve! –gritó el hombre.Padern corrió como un poseso, pero el ladrón, jinete de la blanca yegua, recortó la distancia rápidamente, interponiéndose entre él y la arboleda. Padern frenó por instinto, clavando sus talones en el suelo, y cayó sobre la espalda. El ladrón, con una sonrisa en los ojos, desenvainó de nuevo su espada.Y el cuervo graznó de nuevo.Padern vio cómo, con un gesto extraordinariamente lento, el ladrón se disponía a bajar de la yegua, alzando la pierna izquierda primero. Y vio, extrañado, que el simple gesto parecía costarle un esfuerzo increíble. Tras unos segundos, los ojos del ladrón expresaron desconcierto y, poco después, puro y simple terror. Ahora era evidente que trataba de despegarse del lomo de la yegua, pero por algún motivo que escapaba a la comprensión de Padern, no lo conseguía. La espada cayó de sus manos mientras luchaba por separarse del animal, y sus ojos se abrieron en un gesto de puro terror.El cuervo graznó por última vez.Como respondiendo a una señal, la blanca yegua soltó un breve relincho. Clavó sus grandes ojos castaños en Padern, que aún seguía tumbado en el suelo, y el viejo vio algo parecido al aprecio en aquellos ojos.Después, mientras el ladrón se esforzaba por descabalgar, la yegua volvió grupas y se encaminó al río en un trote suave, casi juguetón. Padern se puso en pie, sin poder apartar los ojos de la yegua y su desesperado jinete. Llegaron a la orilla, pero la yegua no detuvo su trote. El hombre gritaba, gritaba presa de un terror incontenible, desbordado por lo incomprensible de su propia muerte, de aquella amenaza sin nombre que le llevaba más allá de la vida, hundiéndose poco a poco en las frías aguas. Desaparecieron juntos, para no volver a salir. Padern se quedó mucho tiempo en la orilla, hasta mucho después de que las últimas burbujas desapareciesen. Hasta mucho después de que el oscuro trapo que sirvió de embozo al ladrón se alejase, arrastrado por la corriente.Padern, aún incapaz de comprender, se dirigió a su casa. Con un gesto mecánico, inconsciente, sacó un segundo tronco hueco de la cerca, cogió la bolsa llena de oro que allí guardaba, y se acercó al pequeño establo donde descansaba su viejo Gael, el caballo zaino. Durante horas, durmió sobre la hierba seca, abrazado a las patas del tranquilo caballo.

30 enero 2007

SIN ALIENTO

31 de octubre de 1979 , día de todos difuntos. Como todos los años, Sara se dirige al cementerio para visitar la lápida de su difunta madre. Sara es una chica tímida, cuya mirada transmite dolor y sufrimiento, pero sobre todo como una especie de miedo a lo desconocido. Sara está destrozada, ya que su vida precisamente no es de color de rosa, su conflictivo padre, que era un alcohólico empedernido y la extraña enfermedad que supuso la muerte de su madre cuando aún ella era una niña, han hecho da Sara una chica solitaria y sin ninguna ilusión en la vida. Sus grandes pasiones, la lectura y la escritura, (escribía relatos apasionantes) le ayudaban a sumergirse en un mundo entre lo ficticio lo real, lleno de una especie de magia y fantasía hipnótica pero a su vez de una profunda y oscura soledad y tristeza. Todo esto, junto a un misterioso libro que le regaló su madre antes de morir, y la compañía de su gato, hacen que Sara tenga una vida más llevadera. A pesar de todo, la única inquietud de Sara es aquel misterioso libro que le regaló su madre antes de fallecer, el que bajo ningún concepto, no debía ser abierto antes de que ella cumpliera los 18 años de edad. Sara no sabía el por qué de tanto misterio y no paraba de darle vueltas al asunto. Pasaban los días y Sara empezó a escuchar voces que procedían de algún extraño lugar de la casa. Sara no daba crédito a lo que estaba sucediendo, esas voces le avisaban de un acontecimiento terrible. Sara estaba tremendamente asustada. Ella se encontraba sola, y una noche el gato no paraba de maullar, las voces eran cada vez mas persistentes y Sara sólo pensaba una cosa, que todo era producto de su imaginación. La situación era insostenible, ya no podía vivir en paz. A la mañana siguiente Sara se despierta sobresaltada otra vez, una noche más sin dormir, sueños que se repiten una y otra vez y voces que persisten. Ya tanta era la curiosidad de Sara por saber qué se ocultaba en las páginas de aquel libro que no esperó mas; y esa misma noche, noche de todos los difuntos, se dirigió a ese extraño lugar de donde procedían aquellas misteriosas voces. Bajo sigilosamente por unas escaleras que conducían al desván y revolviendo cajas y más cajas, encontró un libro antiguo. Con bastante inquietud Sara abrió aquel libro. Su sorpresa fue aún más grande cuando observó en aquel libro, fotos de ella por todas partes. Eran fotos hechas desde su nacimiento, pero que ella nunca supo de su existencia. Conforme iba pasando las hojas, más sorprendida estaba. Las fotos que estaban viendo sus propios ojos eran fotos del pasado, pero también del presente; era como si cada momento importante de su vida estuviera reflejado en esas fotos. Sara estaba perpleja y no se explicaba cómo podían estar en ese libro fotos realizadas en ese mismo día en el cementerio. Conforme iba pasando las hojas se acercaba las últimas página del libro. Con bastante nerviosismo e inquietud, Sara se dirigió a la penúltima página. Se quedó boquiabierta al verse reflejada en una fotografía de ella misma leyendo el libro en ese mismo instante.Sara se quedó petrificada, estaba tan asustada que no podía creer lo que sus ojos veían. El reloj empezó a sonar, anunciando las campanadas de las doce de la madrugada. De repente, en la última campanada se escucha un chasquido en el fondo del pasillo. Sara se quedó en silencio, y muy asustada observó cómo la ventana de su habitación se abría por la fuerza del viento. De repente se apagaron las luces de la casa. El viento rugía sin cesar, y una voz que procedía del pasillo decía así: “Sara, Sara” Era una voz profunda y tenebrosa, como si fuera de otro lugar. Asustada, encendió la luz y empezó a escuchar otra vez esa voz en el pasillo. Como si estuviera hipnotizada, Sara se dirigió al pasillo, y de repente otra vez la luz volvió a apagarse. Las ventanas de la casa se abrieron por la furia del viento, las puertas se abrían y cerraban continuamente, era una situación realmente escalofriante, Sara encendió una vela y su sorpresa fue aún mayor cuando al encenderla encontró al final del pasillo a un individuo encapuchado frente a ella: ¿Quién eres? ¿Qué quieres? Dijo Sara. De repente aquel individuo encapuchado se levanta la capucha…¡No puede ser! Grita Sara.Un escalofrío recorre todo su cuerpo de arriba abajo. En un momento empieza a aparecer una niebla que se va espesando poco a poco.¡Nooooooo!Sara cae desvanecida al suelo.A la mañana siguiente, la alarma saltó en el pueblo al encontrar un cuerpo hallado sin vida en las vías del tren, y junto a ella un misterioso libro, en cuyas últimas páginas había una foto de una joven en la que ponía una inscripción: “31 de octubre de 1979, día de todos los difuntos. Que descanses en paz.”El cuerpo que encontraron las autoridades era el de Sara Kelles.Las autoridades se quedaron petrificadas ya que el cuerpo de la joven encontrada, según documentación policial, fue asesinada 27 años atrás. Lo que estaba ocurriendo era imposible.Según datos oficiales, Sara Kelles sufrió abusos sexuales por parte de su padre y fue asesinada el 31 de octubre de 1979 , día de todos difuntos.

Nadie se explica cómo ocurrió lo sucedido, pero todos recuerdan aquel día, día de todos los difuntos, como el más trágico de sus vidas.

29 enero 2007

UN LOBO, DOS LOBOS...


UN LOBO, DOS LOBOS...


Me encanta respirar profundamente, cerrando los ojos, serenar durante unos segundos todo el cuerpo, quedarme un instante en blanco y después, salir, sentir como la adrenalina me sube a toda pastilla y disparar. Esa es la mejor parte, el sonido de las armas, me gusta escuchar las explosiones y después sentir el pánico en sus caras, la sangre derramada, ohhh la sangre, me pierde la sangre, lo admito, derramar sangre me hace renacer. Da igual si son cuarenta o uno solo, da igual el arma, soy adicto al asesinato y eso me gusta.Al principio matábamos por ideas, nuestras victimas eran aquellos que considerábamos “enemigos” basándonos en nuestras ideas. Después las ideas fueron devoradas por las ganas de volver a matar. En un principio cada uno elegía a su victima y después iba a por ella. Eso cambio y dio lugar a lo que ahora conocemos como la cacería. Pero empecemos desde el principio y vayamos poco a poco.A los diecinueve años la vida me resultaba una prisión y no entendía que tenía que limitar mis impulsos por culpa de una vida en sociedad. No entendía el sistema capitalista ni ningún otro sistema, todo me parecía obsoleto. ¿Cómo es posible que no se den cuenta?, eso pensaba, nadie parece ser consciente de que vive en una estrecha jaula de normas, conductas, castigos y recompensas; nuestro comportamiento totalmente controlado y lo peor es que, al fin y al cabo, es por nosotros mismos. Somos nuestros propios carceleros. Esa fue mi conclusión y como carcelero mío, yo mismo podía concederme la libertad. Y así lo hice, mande a tomar por culo todo lo que me convertía en un ser civilizado y social y me convertí en un animal libre. Me gusta verme a mi mismo como un lobo que ha abandonado una manda de corderos en la que se había criado por accidente. Un lobo criado por corderos, de repente, se da cuenta de que es un lobo y que vive entre corderos, ¿qué creéis que pasa? Preguntadle a un ganadero y quizás os de una respuesta muy valida. A partir de este momento todo cambio para mí, no sufrí ninguna mutación al estilo de las películas de vampiros, eso no hace falta. Empecé a contemplar el mundo con unos ojos nuevos y sobre todo, a evaluarlo con una mentalidad muy diferente. Antes me creía parte de la humanidad, a partir de mi despertar aquello cambió, si ellos eran humanos yo era diferente. Como ya he dicho, si ellos fueran corderos yo seria un lobo, pero eran humanos, así que, ¿qué era yo? Un hombre lobo fue lo primero que se me vino a la cabeza, pero no, enseguida percibí mi propio error, yo no era un hombre, no si ellos también lo eran, yo era diferente. Pero hombres no es mas que un nombre común que ellos mismos se han dado, así que yo cambiaria esa denominación, ese grupo no serian hombres, serian corderos y así yo seria un lobo.Mi primer paseo por la calle como lobo fue algo que difícilmente olvidaré. Los veía caminar despreocupados, creyéndose la especie dominante, pero a la vez llenos de miedo, era la primera vez que lo veía, pero estaba clarísimo para el que no mira con ojos de cordero. Toda la sociedad, todos los sistemas que en ella se entremezclan, cada ley, cada palabra, cada símbolo, cada instrumento, todo lo que me rodeaba estaba basado, que digo, estaba inspirado en el miedo, el miedo de los corderos de saber que no son mas que eso...corderos. La sociedad mundial no es más que un montón de parafernalia quitamiedos. Aun así, podía notar el miedo en cada uno de ellos, el caminar confiado de algunos que se mearían encima en cuanto les pusiese el cañón de mi pistola en sus repeinadas cabezas; algunas, caminantes que inspiran superioridad, o por lo menos eso intentan, pobres desgraciadas, como se les descuadra la cara en cuanto les apuntas con un arma, o les colocas en el cuello una navaja. Y en todos ellos, el llanto. Lo usan en momentos de desesperación, lloran mientras ruegan por su vida, dan pena, pero no la que ellos quisieran dar. Lloran creyendo que su vida es demasiado valiosa para terminar, pobres ilusos, piensan que con su llanto pueden hacerme ver que no se merecen morir y lo único que me provocan es asco al ver lo pronto que se derrumban y desenmascaran lo que en realidad son, corderos asustados, cuya única pretensión en la vida es aparentar que no lo son y ni eso son capaces de hacer bien, pobres desgraciados...Todo empezó así, dándome cuenta de que todos ellos eran miedo disfrazado de mil maneras. Yo solo me dispuse a quitarles los disfraces, en un principio...Me hice con varias armas de fuego, pistolas, escopetas, rifles, etc y me dispuse a comprobar cuanto tardaban los corderos en admitir su condición. Para ello, empecé, como os conté al principio, buscando a aquellos que consideraba enemigos, aquellos que habían abusado del humano que fui y de las ideas que aquel tenía. Mi primera presa fue el director de una pequeña caja de ahorros de mi pueblo, un hombre gordo y cojo, un blanco fácil, idóneo para aprender a matar sin correr riesgos. El momento elegido: la noche. En la oscuridad el miedo de los corderos se percata a kilómetros, usan la luz como si de un chaleco antibalas se tratase, creen que bajo el tenue naranja de las farolas están a salvo de los peligros que les acechan desde la oscuridad y de este modo caminan seguros por las iluminadas avenidas y tiemblan de miedo cada vez que cruzan un callejón en el que la luz brilla por su ausencia.En uno de esos callejones permanecí pacientemente sentado, durante dos horas y treinta y dos minutos, esperando el momento en el que, como cada sábado noche, él volvía de visitar a su madre atravesando el lugar donde ahora el negro de las paredes ocultaba mis anisas de matar. La sensación me iba devorando, corría por mi cabeza un tropel de ideas y sensaciones sin sentido que llegaban por momentos a nublarme la vista y las sensaciones de frío y calor se alternaban en mí a la misma velocidad que la aguja del segundero recorría cada cifra de mi reloj. Llego el momento y no me tembló el pulso, la bala penetro en su cabeza y yo abandone el lugar sin dedicar más que un segundo a contemplar a mi primera victima.Al llegar a casa y tumbarme sobre el colchón, me invadió una sensación de superioridad que todavía saboreo cuando en silencio cierro los ojos y rememoro escenas de las cacerías. Pero aquella primera vez fue especial, me hizo ver que no estaba equivocado, ya no era uno de ellos. Sin embargo, sentí que me faltaba algo, no bastaba con esa sensación, necesitaba algo que me hiciera saborear cada rastro de adrenalina desprendida durante el asesinato, saborearla en un lugar tranquilo, donde relajarme a disfrutar después de matar. Buscaba, caminando entre multitud de corderos, el lugar que convertiría en mi guarida, refugio de mis sensaciones, donde sentado en una silla que se adaptara perfectamente a mí degustar mis actos, mezclados con los aromas y sabores de una comida ligera, que me calmara el apetito sin revolverme el estomago. Y fue justo en el centro de la ciudad, en el núcleo de vida de los corderos, en el corazón de su ajetreado ir y venir creyéndose a salvo camuflados entre la multitud, donde encontré el que seria mi refugio: la cafetería “Caperucita roja”.Los tres siguientes asesinatos imitaron el mecanismo del primero: acechar, disparar, dormir y al día siguiente, relajarme en la Caperucita roja, saboreando hasta el más mínimo recuerdo de la noche anterior.Era el quinto día que, sentado en uno de los bancos del parque, nunca en el mismo, observaba a mi quinto objetivo: un policía nacional, que año y medio atrás me jodió una noche, en la que vestido de paisano, acabo con la diversión que corría entre mis dedos y los que un día fueron mis amigos. El recuerdo de aquellos tres corderos con los que compartía mucho más que mi tempo libre avivaba el fuego que ardía en mi cabeza cada vez que aquel policía cruzaba ante mis ojos. Las ganas de matarlo subían en mi mente con la velocidad que ascienden las columnas de humo cuando arde un viejo bosque, árboles que después de pasar siglos creciendo juntos lentamente, afianzando sus raíces ante el paso de las estaciones, en un instante son consumidos por las llamas sin tener tiempo para despedirse con apenas unos leves crujidos inaudibles entre el rugir del fuego.Y allí estaba él, como cada tarde, paseando a su ridículo perrito blanco hasta que este hacía sus necesidades, momento en el que abandonaba el parque camino a su casa. Hoy él llegaría a su casa y desarrollaría la aburrida vida que lleve un policía cuando esta en su casa y vive solo. Y si todo me salía bien al día siguiente, esta seria la ultima vez en el que su perro volvía junto a el a casa desde el parque.Murió degollado junto a un gran árbol del parque, uno de esos que parecen llevar vivos más tiempo que la misma ciudad. La sombra de ese árbol ocultó por unos instantes el reguero de sangre rojiza que escapaba con ansias de aquel cuello sin vida.Así empezó todo, con esos cinco corderos. Después, siguiendo la rutina que me había propuesto, con tranquilidad pero sin vacilar un instante en mirar atrás, recorría el camino hacia la Caperucita Roja, reteniendo todas las sensaciones y pensamientos, para poder endulzar mas tarde con ellos el café que estaba deseando pedirte, por quinta vez en la vida. Esa tarde fue cuando conocí a tu hermano, así empezó todo…bajo el aroma del quinto café.Cuando Ángel se sentó frente a mi, en mi mesa, haciéndome salir de una manera tan brusca de mi estado de ensoñación, en el que disfrutaba mezclando los recuerdos de lo recientemente acontecido con los sabores que abrasaban mi paladar y los múltiples olores que me llegaban desde cada rincón de la cafetería, la verdad, lo primero que pensé fue en que él seria el numero seis. Sus ojos estaban fijos en los míos, no parpadeaba. Esa mirada que aun mantenía no encajaba con el aspecto de uno de esos universitarios pijos que se las dan de intelectual, de los que solían habitar las cafeterías del centro de la ciudad y las calles y cualquier espacio donde pudiesen exhibirse ante el resto de la humanidad. Algo fallaba en esa imagen, o eso creía yo. Pero no, en cuanto abrió la boca, aquella mirada se desvaneció, una estúpida sonrisa floreció en su cara y su asquerosa voz aguda empezó a rechinar en mis oídos. Lo habría matado en ese mismo instante, pero entonces le salvaste la vida o según desde donde se mire me la salvaste a mi. Apareciste de la nada en mi campo de visión, venias por detrás de Ángel, yo no escuchaba una palabra de lo que decía, tampoco te miraba a ti, en realidad estaba ausente de aquella situación, pensaba en por qué aquel imbécil se había sentado en mi mesa y en como lo iba a matar. Entonces lo abrazaste por la espalda cogiéndolo por sorpresa y mientras le besabas en la mejilla le preguntaste como quería el café. Fue en ese instante cuando baje de las nubes y preste atención justo en el momento en que él me decía que eras su hermana. Te marchaste en seguida, tenias que atender a otros clientes y entonces, aquella mirada volvió a sus ojos, su boca se volvió a abrir:Ese era mío. El del perro era mío…No se si a estas alturas te quedan ya fuerzas para seguir leyendo, ni siquiera sé si habrás podido llegar hasta aquí, pero si has llegado hasta aquí debes saber que para entender el final de esta carta debes leerla y comprenderla entera, sin dar ningún salto. Tomate tu tiempo.A partir de aquella tarde Ángel y yo empezamos a conocernos y a la vez, yo te iba conociendo a ti, poco a poco. Con Ángel las cosas iban muy rápido. Aquella misma tarde me contó que me había visto, que él iba a por ese policía, que en el momento en que vio como lo degollaba supo que era uno de ellos y es que tu hermano hacia ya varios años que había dejado de ser un cordero. Yo creía que era el único, te lo aseguro, pero en un mundo en el que vive tanta gente no es difícil encontrar personas con las mismas ideas, por radicales o carentes de sentido que parezcan. Eso fue lo que me hizo ver Ángel, no era ni el primero ni el único. Él formaba parte de un “grupo de caza”, así es como se denominaban a ellos mismos, yo me había denominado lobo, ellos se llamaban depredadores. No habían asociado su imagen a ninguna otra pero si su modo de vida: cazar a la presa. Pero la cosa no se terminaba en su grupo de caza, se extendía, mucho mas allá, el hábitat de los depredadores abarcaba lo largo y ancho del globo, en casi todas las ciudades del mundo existía un grupo, en unas pequeño, en otras una autentica jauría e incluso varias manadas en una misma ciudad. Aquello era asombroso, Ángel me enseño todo ese mundo, estaban conectados entre ellos. La mayoría carecía de ninguna ideología, vivían solo para una idea: Matar. Descubrir todo aquello me decepciono, la verdad, ya no era único. Sin embargo, seguía siendo miembro de una nueva especie superior a los corderos que plagaban cada centímetro del planeta. A partir de aquí la historia de mi vida discurre por dos canales, el que tú has estado viviendo a mi lado y el que, hasta aquella fatídica tarde, recorría junto a tu hermano y el resto de la manada. Ese segundo camino, en el que mi vida corría libre, entre veredas ocultas a tus ojos, era el que yo quería seguir. Cuando empezamos a pasar tardes juntos, cuando empecé a perder mi tiempo a tu lado, tuve que rescatar de la basura mi disfraz de cordero, para pasar horas junto a ti sin que tu corazón se acelerase hasta reventar, al descubrir al verdadero monstruo del que te estabas enamorando. Para ti inventaba mil historias tras las que ocultaba mis garras de lobo, cortinas de humo que nublaban tu vista mientras tus labios se apoyaban cerca de mis colmillos sin llegar a percibirlos, drogada por las palabras con las que acribillaba tu libertad de pensamiento y te obligaba, sin que tu lo supieses, a bailar al son de mis balas, impidiendo que tus pies pisaran mas allá del alcance de mi pistola. Así te mantenía inocente al margen del lobo, manchado siempre de sangre, junto al que pasabas algunas noches y muchos días.Ángel era un gran cazador, y como tal, su olfato era muy agudo. Pocos meses tardó en encontrar un rastro que nos unía a ti y a mí. Entonces cometió su gran error.Fue breve. Una noche, antes de iniciar la cacería, me dijo cuál seria su próximo objetivo:Hoy voy a cazar a mi hermana. Un lobo no tiene más familia que su manada, todo lo que nos una a los corderos no es más que un resto del disfraz que un día llevamos como si de nuestra piel se tratase, algo de lo que deshacernos para ser nosotros mismos. Ella es un cordero más, ¿no?. Sin más, se retiró a preparar sus armas y a intercambiar algunas palabras con el resto de la manada antes de salir a buscar sangre.Yo también seré breve. Aquella noche maté a tu hermano, no se si por ti o porque se había atrevido a atacarme. Ángel nos había descubierto, pero de ahí a provocarme…se equivocaba, un lobo no tiene familia, ni siquiera su manada. Y yo era un lobo, quizás ellos se considerasen depredadores sin mas, pero yo era un ente real, no una idea, era un lobo. Tu hermano no iba a desafiarme sin más. Acabar con él me hizo verlo claro, ellos no eran más que un grupo de corderos desquiciados. Cómo había podido estar tan ciego. No eran más que corderos, incluso más acojonados que el resto, se unían entre ellos para alejar el miedo matando a sus iguales. Pero era el miedo lo que los movía, por eso carecían de ideas, porque no seguían mas instinto que su miedo, eran los corderos mas llamativos de todos e incluso ante mi, habían pasado como lobos. Ahora vuelvo a sentirme bien, sigo siendo único y sinceramente, esta historia me hizo descubrir un placer mucho mayor que el de cazar a indefensos corderos en un parque o en un callejón. Ahora los cazo a ellos, a los corderos desquiciados. La adrenalina se dispara mucho mas cuando a ellos, aferrados a sus armas, les ves subir el miedo, dilatando sus pupilas, en ese instante, cuando entienden que son unos simples corderos ante mi, ese instante en el que su vida termina junto a sus cuerpos en el suelo de las ciudades en las que os sentís tan seguros, ajenos a los ríos de sangre que corren bajo vuestros pies. La ceguera de vuestra muerte os impide ver que todos mueren a vuestro alrededor, que no estáis seguros, pero seguís aparentándolo, como corderos que sois. Solo en vuestros ojos se siente el leve nerviosismo, el suave ajetreo de un rebaño conducido al matadero.Me despido de ti para siempre. Quizás en ti no sentí ese miedo y por eso nunca te vi. Como a un cordero, quizás no lo eres, quizás eres una loba y fue tu olor lo que me atrajo a ti, quizás todo esto sean excusas para no acabar contigo, sea como sea, cuidado con los corderos desquiciados, nunca les tengas miedo, ni a ellos, ni a nada, pues si eres un cordero, tarde o temprano acabaras en el matadero, acepta tu destino sin miedos o quítate el disfraz. Si algún día te desprendes de él, tendrás las habilidades suficientes para encontrarme. Olfatea mi rastro

Alma infernal


Salió del más allá para destruirlos...Narrado por Hellen Sánchez¡Germán...Germán... gritó uno de los miembros de la congregación dame bálsamo y un crucifijo, hay algo que no debe pasar!¿Qué sucede? respondió mi esposo intrigado por la extraña presencia en la casa donde vivimos desde que nos casamos.
¡Se siente un alma errante!No fue necesario esperar mucho tiempo, flotando en la sala, la silueta ennegrecida de un monje o un ser con vestimentas amplias y oscuras recorrió algunos metros para desaparecer ante la vista incrédula de ambos hombres. Por muchos años, nuestro hogar fue un templo espiritista, motivo más que suficiente para que algo de esa energía aún permanezca en los muros. Afortunadamente, los dos tenemos la aptitud de mirar lo que el resto de los humanos no puede; contamos con la capacidad de expulsar entes maléficos cuando quieren tomar posesión de un cuerpo humano o bien, servimos como receptores de seres de luz que necesitan comunicar algo a sus familiares terrenales.¡Era un especie de monje!, me contó mientras cenábamos flotó por toda la sala y ¡desapareció!
¿No pudiste enterarte de lo que quiere? pregunté extrañada.
¡No!, me respondió suspirando, levantamos oración y bálsamo, espero que ya no vuelva a manifestarse.Este tipo de fenómenos no son nuevos para nosotros, les hemos perdido el miedo a varios tipos de energías errantes por nuestra dimensión. Sin embargo, hay otras malvadas con el único fin de atormentar a los vivos.Cierta noche, terminamos de cenar para ir a la recámara para descansar. Pero de manera intempestiva, el ambiente se enrareció; una fuerte presencia nuevamente se apoderó de la habitación.¡Virgen santísima!, dije en voz baja, ayuda a esta alma a descansar en paz, dale el perdón eterno para que se vaya al lugar donde pertenece.
¿Sentiste lo mismo? preguntó Germán, quien comenzaba a tener fuerte escalofrío.
- Claro, lo percibo - respondió mirando como su cuerpo temblaba.
Vamos a levantar oración ordenó con voz trémula y un tanto cortada.Elevamos plegarias para que ese ente, al parecer muy poderoso, nos dejara en paz; sin motivo aparente, mi perro, desesperado, comenzó a ladrar mientras rascaba la puerta principal.
- Algo le pasa al perro dije- al momento que caminaba hacia el cerrojo para dejarlo pasar.
- Recuerda, los animales son más sensibles a éstas manifestaciones - respondió hablando cada vez más lento.Apenas tuve enfrente al canino, se levantó en sus patas traseras para lamerme las manos. Nuevamente, nuestro entorno se mostró denso, húmedo, pesado, con un ligero olor a flores marchitas.
¿Qué ves? exclamé al percatarme que nuestra mascota ladraba intensamente soltando mordidas a diestra y siniestra.Por un momento, tenía la impresión de que el perro había localizado a su presa, gruñó acorralando a un enemigo invisible. Esa manifestación fue más poderosa y lo hizo aullar y correr al otro lado de la casa. Pensé que todo había terminado, volví a la recámara y vi que mi esposo dormía profundamente; tratando de olvidar todo, decidí encender la televisión y distraerme. A penas me acerqué al aparato, gracias al reflejo del monitor, me percaté que esa ser estaba recostado en uno de los sillones de la sala.- ¡Germán- llamé histérica a mi marido- ya regresó, está en la sala...! -Mi pareja estaba en trance; mantenía los ojos cerrados y se movía violentamente de un lado a otro. Era señal inequívoca de que se trataba de un espíritu superior. No sólo era un alma empeñada en provocarnos miedo sino que también tenía propósitos malignos.Tomando bálsamo y una cruz, decidí enfrentarlo y saber de una vez por todas de quién se trataba.- ¿Qué quieres en mi casa?- pregunté de manera violenta.Volteó de forma paulatina, emitiendo temibles sonidos que parecían una risa hueca y misteriosa, como si se burlara de mí. Al tenerla enfrente, el aliento me abandonó y las piernas se quedaron paralizadas: era la cara de una calavera, en algunas partes del cráneo aún había pedazos de carne viscosa y putrefacta. Movió la quijada rápidamente, parecía soltar una carcajada pero no emitió sonido alguno; se levantó del sofá y dejó al descubierto los huesos de los brazos envueltos en jirones de tela sucia y carcomida.No tuve otra opción más que orar; mi perro saltó sobre ese ser de ultratumba, que poco a poco avanzaba hacia mí. Yo aún permanecía estática de la impresión. El espíritu se esfumó dejando una nube negra de penetrante olor a azufre.Al otro día, nuestra mascota comenzó con fuertes convulsiones y ataques hasta morir en medio de dolores y agudos quejidos. En la congregación me comentaron que esa alma venía por mí o por mi esposo; mi fiel perro decidió tomar nuestro lugar para ir al viaje sin retorno.

28 enero 2007

El Chat Prohibido

Un día me dijo que era vidente, y no es que no le creyera, pero me muestro generalmente bastante incrédula respecto a estos temas. Lo que no veo, no existe para mí. No digo que debiera haberle creído sólo porque le estimaba ya que en mi opinión la amistad y la confianza son muy importantes, pero simplemente hice un esfuerzo y le di el beneficio de la duda. ¿Y si era yo la que estaba equivocada?. No volvimos a hablar del tema hasta que un día volvió a aparecer en el chat donde estábamos hablando y me envió un privado. Era una de esas ventanitas que sólo podíamos ver ella y yo. Absolutamente privado. ELLA - Hola, ¿seguimos el tema? YO - ¡Vale! Pero no creo que puedas convencerme, ya sabes... me cuesta creer estascosas. ELLA - No pretendo convencerte de nada, pero nací con ciertos dones y tampoco tengointención de ocultarlos al mundo. YO - Eso debe estar bien. En realidad no sabía qué decirle. ¿Estaba bien? En fin... poco podía decir yo alrespecto. ELLA - Está bien, pero no siempre. Cuando tengo una visión acabo agotada. YO - ¿Te supone un esfuerzo? ELLA - Sí, bastante esfuerzo. YO -¿Y por qué lo haces? ELLA - No es algo que se elija, se nace con ello. Hubo un silencio en el que ninguna de las dos parecía saber qué decir. Miré el canaldonde nos habíamos conocido siete meses atrás. Estaban hablando de las próximasvacaciones de verano. ELLA - ¿Sigues ahí? YO - Sí, ¿no puedes verlo? .-Bromeé. Entonces dijo algo que me asustó. ELLA - Sí, puedo verte. Tragué saliva y pensé, vaya, me está tomando el pelo y yo caigo como una tonta. Sentí un escalofrío pero decidí presionarla. YO - ¿Ah, sí? Pues dime... ¿con quién estoy? ELLA - SolaBueno, eso podía haberlo comentado antes en el chat y que ella lo hubiese leído.Decidí seguir con aquello como si se tratara de un juego. YO - Dime algo que me sorprenda. Algo que veas en mi habitación. ELLA - Veo que tienes algunas de las teclas de tu ordenador borradas. Tecleas rápido. YO - Ya, pero eso puede pasarle a cualquiera. Las letras de los teclados se borran. ELLA - Tú tienes borrada la A, la S, la L y la M. Miré mi teclado más curiosa que horrorizada, pero de la curiosidad a la ansiedadhubo tan sólo un instante. Ya no me hacía tanta gracia el juego. Mi condición deincrédula, no obstante, me hizo ir más allá. YO - Amiga... estoy segura de que casi todos tenemos las mismas letras borradas. Dimealgo que sorprenda de verdad. ELLA - ¿Por qué quieres seguir con esto si no me crees? Buena pregunta, pensé. YO - Igual para conocerte un poquito más, o para experimentar algo que no hayaexperimentado antes.En ese momento supe que ella sonreía desde su lado del monitor. Internet es un sitio curioso. Estás en tu casa, en camiseta de tirantes y pantalón corto, descalza y con el ventilador puesto cuando al otro lado de la pantalla alguien te habla abrigado hasta el cuello, con un par de calcetines y la estufa puesta porque tú estás disfrutando del inminente verano y ellos aún están pasando el clima del invierno. Mi amiga se había mostrado siempre amable, abierta, simpática y con un buen sentido del humor. Se podía decir que coincidíamos en todo menos en este tema. No nos gustaba el fútbol, adorábamos las comedias, nos encantaba Oscar Wilde, ambas habíamos visitado Orlando, a las dos se nos había muerto el padre... ¡eran tantas cosas las que nos acercaron y nos hicieron grandes amigas!. ELLA - ¿Cómo llevas el libro? –Preguntó de pronto. YO - ¿Qué libro? ELLA - El que tienes encima de la mesa... déjame ver... La fuerza bruta, de JohnSteinbeck.Miré a mi derecha con los ojos como platos. ¿Se lo había dicho? ¿Le había dicho que lo había empezado o que iba a leerlo? ¿Le había dicho que solía poner los libros en mi mesa porque me encantaba mirar una y mil veces las portadas de los libros que me estaba leyendo? Evidentemente, la respuesta debía ser sí. YO - Acabo de empezarlo. Lo escribí sin dejar notar nada sobre mi –todavía- sorpresa. ELLA - Yo no lo he leído. YO - Ya te diré qué me parece. En el chat general el tema de conversación giraba en torno a las lanchas motoras. No me pareció más interesante que mi conversación en privado y me puse a pensar qué podía preguntarle para descubrirla o rendirme a sus pies definitivamente. Pero habló ella. ELLA - Alguien va a llamar a la puerta. YO - Ah, pues ve, te espero. ELLA - No. Es en tu casa. Sonreí incrédula. Iba a poner una risa (jajajaja) cuando sonó el timbre. Miré hacia la puerta de la habitación. Mis ojos volvieron a la frase premonitoria de mi amiga. YO - Ahora vengo. ELLA - Ok. Llegué hasta la puerta y miré por la mirilla. Un vendedor de alfombras. - No me interesa. –Dije para no tener que abrir. El chico dijo algo que sonó despectivo y se marchó a otro piso. Volví al chat. YO - ¿Cómo lo sabías? Era un vendedor de alfombras. ELLA - Te he dicho que puedo verte.Sopesé la posibilidad de que tuviera razón pero mi sensatez lo negaba una y otra vez. No había nacido yo para creérmelo todo, y menos aún aquello que escapaba a la lógica. Mi amiga no sólo estaba en su casa, sino que estaba en otro país y teníamos distinta franja horaria. ELLA - ¿Sabes? Algo me dice que debo seguir mirándote. No te asustes pero... YO - pero??????? ELLA - Es que no sabría explicártelo. Generalmente tengo visiones premonitorias, otras veces, como hoy, puedo provocar el verte. Aparecen imágenes frente a mí y te veo, veo tu habitación, pero esto supone un gran esfuerzo. Me duele la cabeza. YO - Ya, pero... ¿y el “pero” que decías? ELLA - Es que no quiero asustarte pero presiento algo raro. YO - Ahora sí que me estás asustando. ¡Pero qué poca firmeza tenía, por Dios! ¡Ahora estaba asustándome de verdad! Yo, laincrédula, la que si no ve, no cree. Me sentía agitada. Quizás se debía a que eranpasadas las diez de la noche ya, estaba sola en casa y la última persona que habíavisto había sido un desconocido poco amable desde una mirilla. Al menos aún podíaescuchar el volumen alto de un televisor. Era mi vecina, una viejecita que estabaalgo sorda. YO - No sé pero... quizás deberíamos cambiar de tema. YO - No es que me hayas convencido pero... ELLA - :) No te preocupes, te entiendo. ¿Tengo tu permiso para seguir observando? YO - Claro, pero que conste que no tengo tan claro que puedes verme. Mi sesera meimpide creerte. :) Miré de nuevo el chat para ver si surgía algún tema en el que pudiera involucrarmepero estaba parado. Había unos siete miembros en el chat y ninguno de ellos hablaba. Todos estaban en privados. Miré la ventanita del privado de mi amiga. Iba a escribir algo cuando ví que ella se me había adelantado. ELLA - Cielo, ahora te asustes pero, no estás sola. Sentí un escalofrío en mis piernas y mis brazos. Tanto se erizó el vello que medolió. ¿Cómo se podía calificar a una de “cielo” para luego decirle que no estabassola en la habitación?. YO - ¿Qué quieres decir? Me estás poniendo nerviosa. ELLA - No puedo identificarle pero está detrás de ti YO - Por favor para ELLA - No se mueve casi, no te asustes, déjame observarle. YO - Estoy asustada.Ahora sí que lo estaba. Miraba la ventana. Oscuridad total. No me atrevía a girarmehacia atrás. ¿Y si veía algo que no quería ver? ¿Y si allí estaba mi amiga? ¡u otrapersona! Eso aún era peor... comencé a notar un nudo en la garganta. Hubiera queridoser más valiente o más cobarde y llorar, pero estaba estancada en mi propia luchapara creer o no creer. ELLA - ¿Notas frío a tu alrededor? Su pregunta me llegó casi cuando estaba a punto de apagar el ordenador y encender laluz del techo para meterme rápidamente en la cama y olvidarme del tema. YO - Estamos a más de 30 grados.- Le informé. ELLA - Ok. Es que no consigo entrar en él. YO - ¿¿¿EL??? ¿entrar?? ELLA - Se muestra como una estatua por eso no me deja descubrirle. No sé si es buenoo tiene malas intenciones. Sólo sé que está ahí, estático. YO - Yo no veo a nadie... esto no me gusta. ELLA - Ya te dije que no te asustarás, cielo. Además, yo estoy contigo. YO - Sí, a miles de kilómetros de distancia. Entonces lo noté. Una especie de roce helado, como si hubieran puesto una mano sobremi brazo. En la zona donde la sentí el pelo de mi brazo se erizó. Completamente enalto. El resto de mi cuerpo no notó nada. YO - ¡Está pasando algo! ELLA - ¿Qué?? YO - He sentido un frío helado en mi brazo. ELLA - Tranquilízate. YO - Se me ha erizado el pelo, tengo una extraña sensación. Comenzaba a ser pánico. ELLA - Cielo, tranquila, hazme caso. YO - Esto es muy raro YO - Estoy asustada YO - Necesito tranquilizarme, estoy.... joder! YO - joder joder joder joder joder ELLA - ¿Quieres dejar de escribir? YO - joder joder joder joder joder ELLA - Te va a dar una taquicardia, tranquilízate. Y entonces noté un soplo frío en un mi cuello, como si me hubieran tirado el aliento. YO - ¿Qué significa el frío del que me hablabas? ELLA - El frío lo transmiten los muertos cuando se acercan, generalmente algoenfadados o... YO - ¿OOOOOO?????????? ELLA - violentos YO - ¿VIOLENTOS????? YO - Joder ayúdame, qué hagooooooooo????? ELLA - Tranquilízate, yo no lo he visto moverse. YO - ¡Haz algo! ELLA - Cielo ¿quieres tranquilizarte? YO - ¡Hay alguien conmigo joder! Tengo un muerto tirándome su aliento en mi espalda,estoy acojonada estoy asustada estoy llorando ELLA - Cielo.... ¿te importaría escucharme? Deja de escribir y lee estoHice un esfuerzo. Para mí escribir suponía no mirar atrás y leer palabras, ya fueransuyas o mías, sentirme menos sola en mi habitación. ELLA - No hay nadie, cariño. YO - Lo dices para tranquilizarme. ELLA - NO HAY NADIE YO - Está aquí, lo siento, lo presiento lo notooooooo ELLA - Ok. Escúchame. Era broma. YO - ¿Broma???? ELLA - Quería demostrarte que no existen los incrédulos, cálmate por favor. Yo no veonada, es cierto que a veces tengo visiones premonitorias, como cuando han llamado ala puerta, pero no puedo obligarme a ver a nadie. YO - pero yo siento algo Esto último lo escribí con lágrimas en los ojos y más asustada que nunca. Sus palabras no me tranquilizaban. Las lágrimas a veces me impedían leer bien perome las quitaba restregándome en segundos los ojos o apretando los párpardos para quesalieran disparadas y dejaran de molestarme. ELLA - Voy a llamarte por teléfono. Pocos segundos después sonaba el timbre del teléfono. ¿Había hecho ella misma unaconferencia para convencerme de que no existían las videntes ahora que ya me lohabía creído?. Fui a descolgar pero ocurrió algo que congeló mi mano en el aire. ELLA - Cielo, no puedo llamarte sin desconectar esto. Sólo tengo una línea. ¿Puedollamarte o prefieres que sigamos aquí?Cuando ya tenía puesta la mano en el auricular ví su privado. ¿Cómo podía escribirmey llamarme a la vez? Miré el identificador de llamadas antes de descolgar. No habíanúmero, era anónimo. No era ella. Eso lo tenía claro después de haber visto elprivado. Respiré hondo y dudé entre contestar al privado o descolgar el teléfono. Me decidípor la llamada. - Dígame. - Tu amiga va a a morir mientras tú escuchas este mensaje. Jamás había sentido tanto miedo y jamás en mi vida mi corazón había dado un vuelcotan grande ni mis piernas –aún sentada- me habían fallado con tal rapidez. Me hicede mantequilla. Comenzó a darme vueltas la habitación y luché por recuperar elaliento. De pronto la línea se cortó y comenzó el molesto pitido de “comunicando”. Solté el auricular como si me quemara en las manos. Volví rápidamente al chat, al privado. Tecleé tan rápido que lo escribí todo mal. YO - ?ESta`s ahí´? YO - respondeeee!!!! YO - responde por favvor!!!! YO - ¿no me lees¿¿¿ YO - DI ALGOOOOOOOOHistérica, cogí mi agenda y marqué su número de teléfono. Yo sí tenía dos líneas ypodía permitirme permanecer en internet mientras le llamaba. Conseguí comunicacióncon el extranjero y esperé... esperé nerviosa, mordiéndome el labio, más agitada queentera, más asustada que nunca... prácticamente bailaba en mi asiento. Pero no contestaba. Colgué furiosa pegándole tal golpe al auricular que pensé que me habría cargado elteléfono. Volví al privado y traté de que mi amiga respondiera. No lo hacía. Alfinal apareció un mensaje en mi privado. En su ventana. ELLA - Ahora sí te veo. No tengas miedo. Sólo me quedaré un momento. Sentí un escalofrío que me recorrió la espina dorsal. El chat me indicó que trasescribir esa última frase, mi amiga había salido del chat. Ya no estaba allí. No sehabía despedido de nadie, ni de mí, ni del resto de los miembros del chat. Habíadesconectado. Miré fijamente la pantalla que sólo se movía ahora en el chat general. Ni siquierasé de qué estaban hablando. Para mí todas las líneas no tenían significado, sólopodía mirar su último comentario del privado. “Ahora sí te veo. No tengas miedo. Sólo me quedaré un momento”. Entonces lo entendí. Comencé a llorar desesperada. Mis manos corrieron a mis ojos y lloré sofocada, entendiendo que mi amiga habíamuerto, que era yo la que había tenido el presentimiento y la premonición, y queahora ella estaba a mi lado. Esta extraña comprensión me hizo girarme y mirar mihabitación vacía. No quería creer que no estuviera allí. No podía, no después detodo.... Una caricia, tan suave que apenas era como un suspiro, acarició mi cabeza.Transmitió tal cantidad de paz que lejos de asustarme me relajó. Mis lágrimascontinuaron cayendo por las mejillas. Ya no las secaba. Miraba al vacío sabiendo queella estaba frente a mí. - ¿Qué te han hecho? . –Pregunté al aire. - Pssss. Respiré hondo al escuchar ese sonido. Era como cuando era pequeña, tenía miedo y mimadre ponía su dedo en la boca y soplaba para que olvidara el tema y pensara encosas bonitas. Ladeé triste la cabeza. La paz de su caricia no me abandonaba pero sabía que éstesería nuestro primer y último encuentro sin el ordenador de por medio. Me tembló ellabio. - Te echaré de menos. En ese momento en el ordenador hubo un movimiento general. Se minimizó el chat, seabrió solo un tratamiento de textos, y apareció una corta frase en una página enblanco:

Y YO A TI.

La voz del pozo 1

Juan Carlos había ido a pasar el verano a casa de unos parientes, junto consu hermana Claudia y su hermanito Riqui, de apenas dos años. La casa, grande,solariega, se hallaba a las afueras de un pueblo montañoso del norte de España. Juan Carlos se aburría; sus padres estaban de viaje, Claudia ya había entrado en unaedad en que no le hacía mucho caso, y Riqui era casi un bebé... Y por allí no habíanadie, la casa estaba demasiado lejos del pueblo. Juan Carlos salía a veces amerodear por el vasto jardín que la circundaba. Quizás era el único lugar de allíque no le aburría. Le gustaban los sauces que lo ensombrecían, las fuentes de piedraque lo adornaban, los estrechos senderos flanqueados por setos que se comunicabanpor todo el jardín... Lo que no le gustaba era el pozo; le daba miedo. Uno de losprimeros días le pareció oír un ruido proveniente de allí, y eso fue suficiente paraque lo evitase en adelante; Juan Carlos era un niño impresionable. Pero un día, un día de principios de julio en que quizás Juan Carlos se sentía másvaliente, o más fuerte, o más aburrido, se acercó al pozo, se puso en cuclillas y seinclinó sobre el brocal, dándose en las narices con una oscuridad impenetrable y conun olor a barro y hojas en putrefacción. Poco a poco se le acostumbró la vista, ypudo distinguir los primeros metros de las paredes del pozo, pero más abajo seperdía en la oscuridad... De repente, una voz surgió del fondo, y Juan Carlos creyómorir de miedo. Se hizo pis en los pantalones y tuvo una sensación que nunca habíatenido; era como si no se pudiese mover, como si las piernas se le hubieranconvertido en dos barras de mantequilla. -Hola -dijo la voz. Era una voz normal, de señor mayor, aunque no anciano; una vozamable. Juan Carlos siguió sin moverse, notando la entrepierna empapada y un desagradablezumbido en los oídos. Sin embargo, el que la voz fuera una voz normal le habíatranquilizado algo; seguramente todo tendría fácil explicación. A lo mejor era eljardinero que había bajado allí abajo para arreglar algo... aunque no veía lacuerda; quizás utilizaba otro método... -¿Por qué no me contestas? -volvió a decir la voz. Pasaron un segundos y luegocontinuó-. Ah, creo que ya lo sé, no me contestas porque te preguntas que qué hagoyo aquí, ¿eh? ¿Es eso? -Sí -dijo Juan Carlos con un hilo de voz. -Pues a ese respecto, mi querido amiguito, no tienes por qué preocuparte. -No te entiendo... Juan Carlos se encontraba algo menos asustado, aunque hubiera preferido estar encualquier otro lugar del mundo que allí. Había dejado de mirar brocal abajo, temíaver una cara surgir en la oscuridad del fondo. -Lo que quiero decirte -dijo la voz sin abandonar su tono amable- es que hay genteque vive en sitios más raros. Hay gente que vive en casas de madera que flotan en elmar, en huecos de despeñaderos, como las águilas, en casas redondas de hielo. ¿Sabescómo se llaman esas casas? Juan Carlos no respondió.-¿Sabes cómo se llaman? -repitió la voz. -Iglús -respondió al fin en un susurro. -Muy bien, eres un niño listo, iglús. Pues yo vivo en un pozo, ya ves... Y no sevive mal, lo que pasa, lo único que pasa a decir verdad, mi pequeño amigo, es queescasea la comida. La tierra está seca, los frutos de la tierra desaparecen, losanimales emigran a lugares más húmedos...(FIN DEL

PRIMER CAPÍTULO)