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28 enero 2007

La voz del pozo 1

Juan Carlos había ido a pasar el verano a casa de unos parientes, junto consu hermana Claudia y su hermanito Riqui, de apenas dos años. La casa, grande,solariega, se hallaba a las afueras de un pueblo montañoso del norte de España. Juan Carlos se aburría; sus padres estaban de viaje, Claudia ya había entrado en unaedad en que no le hacía mucho caso, y Riqui era casi un bebé... Y por allí no habíanadie, la casa estaba demasiado lejos del pueblo. Juan Carlos salía a veces amerodear por el vasto jardín que la circundaba. Quizás era el único lugar de allíque no le aburría. Le gustaban los sauces que lo ensombrecían, las fuentes de piedraque lo adornaban, los estrechos senderos flanqueados por setos que se comunicabanpor todo el jardín... Lo que no le gustaba era el pozo; le daba miedo. Uno de losprimeros días le pareció oír un ruido proveniente de allí, y eso fue suficiente paraque lo evitase en adelante; Juan Carlos era un niño impresionable. Pero un día, un día de principios de julio en que quizás Juan Carlos se sentía másvaliente, o más fuerte, o más aburrido, se acercó al pozo, se puso en cuclillas y seinclinó sobre el brocal, dándose en las narices con una oscuridad impenetrable y conun olor a barro y hojas en putrefacción. Poco a poco se le acostumbró la vista, ypudo distinguir los primeros metros de las paredes del pozo, pero más abajo seperdía en la oscuridad... De repente, una voz surgió del fondo, y Juan Carlos creyómorir de miedo. Se hizo pis en los pantalones y tuvo una sensación que nunca habíatenido; era como si no se pudiese mover, como si las piernas se le hubieranconvertido en dos barras de mantequilla. -Hola -dijo la voz. Era una voz normal, de señor mayor, aunque no anciano; una vozamable. Juan Carlos siguió sin moverse, notando la entrepierna empapada y un desagradablezumbido en los oídos. Sin embargo, el que la voz fuera una voz normal le habíatranquilizado algo; seguramente todo tendría fácil explicación. A lo mejor era eljardinero que había bajado allí abajo para arreglar algo... aunque no veía lacuerda; quizás utilizaba otro método... -¿Por qué no me contestas? -volvió a decir la voz. Pasaron un segundos y luegocontinuó-. Ah, creo que ya lo sé, no me contestas porque te preguntas que qué hagoyo aquí, ¿eh? ¿Es eso? -Sí -dijo Juan Carlos con un hilo de voz. -Pues a ese respecto, mi querido amiguito, no tienes por qué preocuparte. -No te entiendo... Juan Carlos se encontraba algo menos asustado, aunque hubiera preferido estar encualquier otro lugar del mundo que allí. Había dejado de mirar brocal abajo, temíaver una cara surgir en la oscuridad del fondo. -Lo que quiero decirte -dijo la voz sin abandonar su tono amable- es que hay genteque vive en sitios más raros. Hay gente que vive en casas de madera que flotan en elmar, en huecos de despeñaderos, como las águilas, en casas redondas de hielo. ¿Sabescómo se llaman esas casas? Juan Carlos no respondió.-¿Sabes cómo se llaman? -repitió la voz. -Iglús -respondió al fin en un susurro. -Muy bien, eres un niño listo, iglús. Pues yo vivo en un pozo, ya ves... Y no sevive mal, lo que pasa, lo único que pasa a decir verdad, mi pequeño amigo, es queescasea la comida. La tierra está seca, los frutos de la tierra desaparecen, losanimales emigran a lugares más húmedos...(FIN DEL

PRIMER CAPÍTULO)