Cazados Por: velectric

Cazados
Nací odiándola. La mañana se me presentaba una y otra vez como algo nocivo para mí. Cuando la ciudad dormía, salía para oxigenarme y visitaba los monumentos que en la mañana habían sido asediados por fotos, cagadas de palomas y miradas de gentes poco sublimes.Empecé a escribir a los dieciocho años y nunca pude concentrarme tanto como por la noche. Durante el día sólo ansiaba ese momento y esperaba en mi nicho, aletargado, sólo ingiriendo, jugando, durmiendo y, alguna vez que otra, practicando sexo imaginario con mis náyades oníricas. También solía ver películas de vampiros y pornográficas, que asociaba a mi vida real, sonriendo en los momentos de clímax y en los funestos. Seguidamente, recitaba en voz alta un poema de Baudelaire, con un ritmo pausado, oyendo los ecos que producían sus versos en mi mente demoníaca. Y al terminar, los ojos en blanco. Sumido en una gravitación mística. Haciendo mías las siete esferas.Una noche me recorrí parte de la ciudad a un ritmo rápido, cansándome, buscando algo que me satisficiera, pero ella estaba dormida y sus gentes también. Me volví dirección a mi hornacina, entristecido, no sabiendo a quién dirigirme. En una calle próxima me detuve al ver una estatua cuando menos chocante. Se trataba de una pareja de humanos desnudos, de perfiles griegos, de anchas espaldas y de cuerpos generosos. Además, la escultura estaba construida en azabache y suponía el símbolo de la unión sexual del varón y de la hembra.Hacia tiempo que no se veían mujeres por allí. Todas ellas quizá estuviesen castigadas a vivir en el alba. Permanecí unas cuatro horas sentado bajo aquella figura, pensando qué hacer. Por una noche no tenía prisa por volver a mi emparedamiento: quería probar cosas nuevas y conocer a alguien esa misma noche, aunque sabía que el canon de las salidas no estaba en las madrugadas de las tres hasta las seis; y no siendo fin de semana, menos aún.Me marcó tanto esa noche, que las demás, a partir de ahí, fueron todas iguales. En mi cabeza, apelmazadas, las calles de la ciudad bajo la humedad sin piedad que me causaba embotellamiento. Y llegó un momento en que mi inanición se hacía presente con ánimo de destrozar lo que me rodeaba esas noches: nulidades inertes. Como me aburría, hablaba solo, estudiaba planes para saciarme de alguna manera, recorría las calles en penumbra hasta que al fin exploté. Y llegó ella. ¿Era posible lo que estaban viendo mis ojos? Una hermosa mujer paseaba por una plaza desierta, bajo los almendros en flor. Tenía un perfil lo suficientemente llamativo como para fijarme en ella, curvas por todos lados, una ropa muy ceñida que regalaba a mis ojos unos pechos turgentes, una silueta sacada de un cuento feérico. Quise acercarme más. El deseo me producía palpitaciones. Me acerqué, pensando si hacer lo que estaba pensando.–Hola. Me preguntaba si podríamos hablar un rato.Ella permaneció callada y yo me sentí ridículo. Pude fijarme más en su rostro. Era, sin duda, para colocarla en un pedestal. Su largo cabello caoba llegaba hasta un culo perfecto, respingón pero en su justa medida. Lo único que no me quedó claro fue el color de sus ojos: según le diera el reflejo de la luna se me figuraban verdes o azules pardos.–Perdón si te parezco demasiado atrevido. No te sigo molestando. Adiós.–En realidad te estaba esperando. Bueno, quiero decir, estaba esperando a que apareciera alguien. Esta noche he tenido un pálpito y, sin saber el porqué, me he venido hasta aquí. Me puedes llamar Nicte.
–Ah, yo me llamo Víctor—mi laconismo habitual afloró.–Hace una noche preciosa, bueno, todas lo son en realidad. Lo único que me molesta es el frío húmedo cortante que se me mete en los huesos. Es lo que tiene vivir en una ciudad costera. Suele pasarme que no puedo dormir por las noches. Lo de hoy es excepcional. Normalmente estaría leyendo o tomándome una taza de té. Y bien, ¿tienes algo más que contarme?Yo me sentía avergonzado y no sabía si huir directamente o afrontar la situación.–Verás, Nicte, a mí esto también me pilla de sorpresa. En realidad, no sé qué fuerza extraña ha hecho que me acerque hasta ti. Yo normalmente soy muy tímido. He estado toda mi vida solo, sin presentarme a ninguna mujer. Pensé que al acercarme a ti echarías a correr gritando, pensando que yo iba a hacerte algo malo.–En realidad, Víctor, eso son solamente prejuicios; yo no tengo por qué pensar mal ante nadie. Y a fin de cuentas, eres el único que me está acompañando en esta noche fría y húmeda. Tú eres mi pálpito. Lo sé.–Esto está tomando un halo de irrealidad. Esto solamente pasa en la ficción. No me creo todavía que esté ante una mujer tan hermosa. ¿Es esto un espejismo, acaso un sueño? Si es así, que no despierte.Ella me tomó la mano. Anduvimos toda la noche sin mediar más palabras. Tan sólo nos mirábamos al bies, sonriendo con cada mirada furtiva. Ella debía entrar en mi nicho y ser suyo también. Acondicionaría la caja con fragancias de mil flores para que ella se quedara impregnada para siempre. No dejaría que se fuera así como así. Se lo dije con la mirada. Me notaba mis latidos en las sienes. Nunca antes había sentido nada igual. La mañana la pasaríamos abrazados, acurrucados, sudando nuestros olores, sabores y movimientos. Cogí flores silvestres: acederilla, acónito, achicoria, adormidera, amapola, Artemisa, botón de oro, brezo, campánula, cardo, coranzoncillo, genciana, llantén, malva, manzanilla, margarita, mirobálano, mostaza, muguete, pie de león, redondredo, saxífraga, tila, viburno y violeta. Toda ella me olía a estas esencias, mezcolanza de vida y de muerte…y una sola de mi jardín privado: una orquídea, mariposa nocturna.***Un sol henchido, fundido en el horizonte entre las sábanas en donde la espero. Una llama viva imposible de resistir, creciéndome profundamente con cada mordedura, con cada beso y con cada lamedura. Invade mi sueño con crueles intenciones. Estoy seguro de que esconde un demonio. Odio la mañana, la odio a muerte. Desde los cristales un verde místico se arremolina, ¿es una sombra, un reflejo o un sueño? Esta aparición, en la luna, parece bañarse. Una voz como de viento a través de los árboles me llama, lluvia refrescante en piedra ardiente estival. Algo odorífico llena mi presencia, de fresca tumba cavada, de muerte, de noche; estas cosas son su esencia. Dueña nocturna, amante espiritual, tu boca de vino y de sabor de humo de árbol, mi deidad del crepúsculo violeta. Tú eres la lujuria encarnada en el sudor de mi cama. El cielo más lejano insinúa amanecer. Solo y despierto pero exhausto me encuentro. ¡Cómo odio la mañana! ¡estoy cazado…por ella!***Esto le susurraba al oído a Nicte; era mi versión en prosa de “Haunted” de Type o Negative. No sé si ella me oía pero yo la sentía muy dentro de mí. Y desde aquel momento, no salimos ninguno de la caja mortecina impregnada de mil rosas, gestos, sueños, abrazos y acabé cazado por ella o ella por mí.
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