La señora por Arkanus

Con las manos entumecidas seguía cortando leña. Usaba pesadamente el hacha que heredó de su abuelo en aquel duro invierno que azotó las tierras bajas inglesas. A su alrededor el bosque silbaba silencioso, exhalando una bruma aclarada por la tardía luna veraniega. El viento noroeste anunciaba buen tiempo y la mayoría de las chozas un par de millas a la redonda habían extinguido sus luces. Pero hacía frío y su mujer aún no llegaba del mercado a esas horas. Ya se disponía a cortar el último tronco cuando vio que una sorpresiva sombra se le acercaba.Buenas noches, señora Callwright. la reconoció en seguida la última vez que la vi apenas podía hablar y las piernas le temblaban por no poderse levantar de la silla. El verla paseando tan tarde me hace suponer que se encuentra mejor.Buenas noches, Christian. le respondió la anciana con una voz fría, pero suave y calmada Así es, este mediodía me sentí bastante mejor y decidí salir a aprovechar una paseo nocturno. Estoy tan fortalecida que me he alejado bastante de mi casa. Es una noche muy clara y hermosa. Este nuevo aire rehace olvidar casi todos mis problemas. Excepto uno, por supuesto.La mirada de la mujer de pronto se tornó más fría que el viento y sus arrugas parecían endurecerse. A Christian le sacudió un tímido escalofrío hasta los talones. Sin embargo, no se produjo ningún gesto en su cuerpo más que un leve movimiento del labio inferior.Mi estimada señora, no me gusta que vuelva a recordar sus problemas…¡¿Mis problemas?! El problema es de ambos. Y tú sabes por qué. Estás siendo muy poco amigable. Incluso diría que eres un traidor. Le estás dando la espalda a quien te dio una mano cuando lo necesitaste. Progresaste con ella mientras mi marido se enfermaba. Cuando él murió me quitaron todo lo que tenía y lo único que me quedó para sostenerme era la posibilidad que me vendieras un poco de esas tierras para poderme alimentar.Pero le repito dijo el hombre tranquilamente que no se las venderé porque perdería una buena parte de mis ingresos. Y no porque estos últimos meses usted caiga enferma tan seguido, cederé en mi decisión. Si quiere le puedo decir a mi esposa, Ann, que vaya a visitarla, hacerle comida y otros cuidados, pero esa tierra es mía.Sé que no echarás pie atrás en tu decisión dijo la vieja mujer que parecía más pequeña, blanca, flaca, arrugada y fría. Sin embargo, sostengo lo que te dije hace cuatro días; si esas tierras no son mías, no morirás tranquilo. ¡Lo prometo!. gritó con una voz rasposa y ronca que hizo que el cuerpo de Christian tiritara involuntariamente a merced del canto de los árboles del grueso bosque por cuya sombra se desvanecía el cuerpo pálido y casi milenario y podrido de la señora Callwright.Envolvió el vaho de su boca con las manos y siguió cortando leña. Justo cuando trozó ese último tronco, emergió del viejo camino la delgada, alta y joven silueta de Ann.Hola, cariño. gritó con una dulce voz.Hola, Ann. dijo él, adormecido y helado.La mujer entró con él a la casa y cerró la chirriante puerta de roble. Avivó el fuego y puso a calentar la olla y la pequeña tetera. El tibio aire de la choza penetró pronto en los cuerpos del joven matrimonio. Esperaron sentados que el agua hirviera y la sopa burbujeara. Permanecían silenciosos, sabiendo que quizás tendrían toda la noche para conversar. De pronto, Ann rompió el silencio con una frase que pretendía desencadenar una larga charla:Estuve a punto de comprarme ese hermoso caballo café. dijo suavemente.Sabes que no tenemos suficiente dinero para darnos tantos lujos.Pero con las tierras que no le quisiste vender a la señora Callwright podemos obtener algo más.No me recuerdes ese nombre un pánico repentino invadió a Christian tras traer de vuelta a su mente ese rostro fantasmal de ojos muertos. No se las vendo y punto.Ya no se las vendiste. Pobre señora Callwright. Primero su marido y ahora esto.¿A qué te refieres? preguntó Christian tratando de adivinar lo que su esposa diría.Que no aguantó más la soledad, la pesadumbre, la vejez y la deslealtad.¿Qué estás diciendo? dijo Christian llegando a un duro estado de nerviosismo y confusión.Acaso nadie te lo ha dicho? preguntó Ann, incrédula.¿Qué cosa no me han contado? balbuceó el hombre ya demasiado atemorizado por lo que escucharía.Que la señora Callwright está muerta.Christian sintió como si su corazón estallara, se levantó temblando frío y pálido de la silla, con los ojos sedientos y una transpiración helada que le congelaba la sangre.¿Qué te ocurre? le preguntó Ann asustada, tras escuchar el débil gemido ronco ahogado de su esposo.¿A qué hora murió?Al mediodía dijo la guardia local. El señor Ashcore la encontró poco antes del anochecer cuando le llevaba comida. Pero ¿qué te pasa a ti? dijo la mujer.Es que…, es que… hablé…, hahablé con ella… hace un rato… Me habló. ¡Me habló! ¡Ann, la señora Callwright habló conmigo! ¡¿Cómo pudo ser posible?!Al escuchar esta noticia, Ann perdió la voz y la noción de la realidad. No podía ser verdad. Christian, quien tiritaba como un enfermo y gritaba y lloraba, no pudo haber tenido ese encuentro, porque la señora Callwright estaba… No pudo seguir pensando, porque en ese momento la chirriante puerta de roble se abría dándole paso a una arrugada, huesuda, pálida y fría mano que sostenía la vieja hacha que Christian heredó de su abuelo…
Arkanus

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